Cómo acompañar a una adolescente que sufre atracones: una guía para familias

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19 de diciembre de 2025

por Ainhoa Cebrecos

Acompañar a alguien que sufre atracones —una hija, una hermana, una adolescente cercana— puede generar mucha preocupación. La familia teme por su salud, por el impacto emocional, por lo que “pueda pasar si sigue así”.
Y desde ese miedo, muchas veces surgen formas de ayuda que parecen lógicas o motivadoras… pero que, en la práctica, aumentan el malestar.

Antes de hablar de qué hacer y qué no hacer, es fundamental entender de dónde vienen estas reacciones familiares: no nacen solo del amor o del cuidado, sino también de una cultura que ha situado el cuerpo, especialmente el de las mujeres, en un lugar de constante evaluación.


Por qué necesitamos desmitificar el peso antes de poder ayudar

Durante décadas, la sociedad ha asociado la delgadez con éxito, disciplina, atractivo, salud y autocontrol. Y, al mismo tiempo, ha marcado el aumento de peso como signo de desorden, debilidad o dejadez.
Estas asociaciones no son neutrales ni naturales: son culturales. Pero están tan incorporadas que las familias las repiten sin darse cuenta.

Cuando una adolescente empieza a tener atracones o cambios de peso la preocupación familiar se mezcla con estos mandatos estéticos heredados:

Si adelgaza, sufrirá menos.
Si se controla, adelgazará.
Si la motivo, lo logrará.

Sin embargo, desde la clínica sabemos que cuanto más se presiona al cuerpo, más aumenta la culpa, la restricción y, paradójicamente, los atracones.
El problema nunca es el peso en sí, sino lo que la cultura ha colocado sobre ese peso: significado, valor, futuro, identidad.

Por eso es tan importante quitarle al peso esa carga moral. No para negar la preocupación, sino para abrir un espacio desde el cual acompañar sin repetir la herida cultural.


Viñetas clínicas para comprender lo que está en juego

(Estas viñetas son ficticias. Representan situaciones comunes compartidas en la práctica clínica y en testimonios públicos.)

Viñeta A – Las calorías como castigo silencioso

B., 22 años, describe cómo en su casa cada comida venía acompañada de advertencias: “no repitas”, “contrólate”, “luego te vas a arrepentir”. Creció entendiendo que comer era un riesgo que debía manejar bien.

Con el tiempo, esa vigilancia constante se transformó en ciclos de restricción durante el día y atracones por la noche. No era falta de voluntad: era la respuesta al peso emocional de sentirse observada.

Viñeta B – La familia que repite sus propias heridas

C. creció escuchando a su madre criticar su propio cuerpo. Cuando C. comenzó a cambiar físicamente, su madre, desde el miedo a que ella sufriera lo mismo, empezó a controlar cada detalle de su alimentación.

En terapia, la madre descubre que acompañar no es vigilar, sino ofrecer un espacio donde el cuerpo no sea el centro del valor.


Estas viñetas ilustran algo clave: muchas de las respuestas familiares que parecen “ayuda” son en realidad ecos de una cultura que ha hecho del cuerpo femenino un lugar de exigencia constante.


Por qué los atracones NO son una cuestión de fuerza de voluntad

La idea de que los atracones ocurren por “falta de voluntad” está profundamente instalada en nuestra cultura.
Se repite en las casas, en los colegios, en los medios y en las conversaciones cotidianas.
Pero es una lectura simplista, injusta y clínicamente errónea.

La voluntad no explica un atracón, igual que no explica un ataque de ansiedad, una crisis de llanto o un episodio depresivo.
Los atracones no suceden porque la persona “no se controle”, sino porque algo en su mundo interno se está desbordando y encuentra ahí una vía de descarga, de silencio, de alivio momentáneo.

El atracón es una respuesta, no un fallo

El atracón aparece cuando no hay otra forma de manejar:

  • Una angustia que no se sabe a qué se debe
  • Una exigencia excesiva
  • Un sentimiento de insuficiencia
  • Un vacío que pesa
  • Un conflicto interno que todavía no encuentra palabras

Desde fuera parece “exceso de comida”.
Desde dentro es un intento desesperado de regular lo que no se logra regular de otro modo.

Hablar de voluntad es quedarse en la superficie del síntoma.

La “voluntad” no opera cuando hay culpa, miedo o vergüenza

Cuando una adolescente vive con:

  • Miedo al juicio
  • Vergüenza por su cuerpo
  • Presión familiar o social
  • Sensación de no estar a la altura

El sistema psíquico no está en modo “decisión”.
Está en modo supervivencia emocional.

La voluntad no aparece donde predomina la angustia.

La restricción alimentaria debilita la autorregulación

Muchos atracones se desencadenan después de periodos de control estricto, dietas, o intentos de “portarse bien”.
La restricción genera:

  • Hambre física acumulada
  • Obsesión mental por la comida
  • Miedo a “descontrolarse”
  • Sensación de fracaso si no se logra la perfección

Cuanta más voluntad se exige más se debilita la capacidad de regularse.
Por eso el atracón no es falta de voluntad: es la consecuencia de exigir demasiado.

Pensar en voluntad aumenta la culpa… y la culpa alimenta el síntoma

Cuando la familia interpreta el atracón como falta de disciplina, la adolescente recibe mensajes como:

  • “Si quisieras, podrías”
  • “Tienes que esforzarte más”
  • “Esto es cuestión de autocontrol”

Esto solo aumenta:

  • La culpa
  • La vergüenza
  • El aislamiento
  • La presión por ocultar lo que ocurre

Y el atracón se hace más frecuente.

La culpa nunca, nunca, nunca cura un atracón.

Lo que se necesita no es voluntad: es lugar

En la gran mayoría de los casos, lo que permite que los atracones disminuyan no es “(es)forzarse más”, sino:

  • Tener un espacio donde hablar
  • Sentirse acompañada sin juicio
  • Aliviar una parte del peso emocional
  • Comprender lo que está en juego en la relación con la comida

La voluntad es una herramienta útil para algunas cosas, pero no para transformar un síntoma que responde a un conflicto interno.


Por eso es tan importante que las familias puedan soltar la idea de que “todo depende de quererlo suficiente”.
No se acompaña exigiendo más control, sino dando espacio a lo que el síntoma intenta sostener.
Desde ahí sí puede aparecer algo diferente: la posibilidad de un cambio real.


Lo que NO ayuda (aunque parezca lógico o motivador)

a) Condicionar afecto, regalos o reconocimiento al peso

Esto transmite el mensaje “tu valor depende de tu cuerpo”.
Genera vergüenza, autoexigencia y más atracones. No motiva: amenaza y mantiene la frustración.

  • ¿Qué mensaje recibe realmente la persona cuando su cuerpo se convierte en condición?
  • ¿Qué lugar le queda para sentirse querida sin tener que “lograr algo”?

b) Vigilar la comida o controlar cantidades

La vigilancia alimentaria genera tensión, comer a escondidas y desconexión de las señales corporales. Comer se convierte en una prueba, no en un acto humano.

  • ¿Acompaño o fiscalizo?
  • ¿Qué efecto tiene convertir la comida en territorio de control?

c) Pedir “más fuerza de voluntad” o “más disciplina”

Los atracones no se resuelven con voluntad. Pedir control refuerza la culpa y aumenta el síntoma.

  • ¿Qué estoy suponiendo cuando digo que “todo es cuestión de voluntad”?
  • ¿Qué me cuesta aceptar de su sufrimiento si pienso que podría evitarlo fácilmente?

d) Hablar constantemente del peso propio o ajeno

Esto mantiene vivo el ideal estético que tanto daño hace y refuerza la idea de que el cuerpo es una medida de valor.

  • ¿Qué mensaje transmito cuando hablo de mi cuerpo con desprecio?
  • ¿Qué clima emocional se crea cuando los cuerpos son siempre tema?

e) Minimizar o relativizar su malestar

Frases como “no es para tanto” silencian la angustia y aumentan la vergüenza. Y la vergüenza alimenta los atracones.

  • ¿Qué miedo me despierta escuchar su malestar que me lleva a minimizarlo?
  • ¿Qué lugar le doy a sus palabras cuando digo que “ya se pasará”?

f) Negociar emocionalmente con la comida

“Házlo por nosotros”, “a mí me preocupa verte así” desplaza el foco y genera culpa. La persona siente que debe cuidar al entorno con su conducta.

  • ¿Estoy pidiendo que cambie por ella o para calmar mi propia angustia?
  • ¿Estoy haciendo de su cuerpo responsable de mi tranquilidad?

g) Creer que el atracón es el problema central

El atracón no es el enemigo, es un mensaje. Si solo intentamos “corregirlo”, no escuchamos lo que sostiene su aparición.

  • ¿Qué estoy intentando evitar cuando solo me centro en detener el síntoma?
  • ¿Qué conversación aún no hemos tenido sobre lo que realmente duele?

Lo que SÍ ayuda

a) Escuchar sin interpretar

La escucha permite que el síntoma deje de ser la única vía de expresión.

b) Separar el valor de la persona de su cuerpo

El afecto no puede depender de un número en la báscula.

c) Preguntar cómo acompañar

No decidir por ella, sino estar disponible.

d) Facilitar espacios profesionales adecuados

No se trata de corregir conductas, sino de abrir un espacio de palabra.

e) Sostener sin invadir

Acompañar es estar al lado, no encima.


Acompañar sin repetir la herida de una misma

Acompañar a una adolescente que sufre atracones implica revisar lo heredado, lo aprendido, lo transmitido sin querer.
No es fácil. No es inmediato. Pero sí es posible.

Acompañar no es controlar.
Acompañar no es exigir.
Acompañar no es salvar.

Acompañar es ofrecer un espacio donde la persona no esté reducida a su cuerpo, sino reconocida en su sufrimiento y en su deseo.

A veces, lo más terapéutico no es lo que se dice, sino lo que se deja de exigir.


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